CUANDO ME AMÉ DE VERDAD
Cuando me amé de verdad comprendí que en cualquier circunstancia, yo estaba en el lugar correcto, en la hora correcta y en el momento exacto y entonces, pude relajarme. Hoy sé que eso tiene un nombre…”AUTOESTIMA”
CUANDO ME AMÉ DE VERDAD
Cuando me amé de verdad comprendí que en cualquier circunstancia, yo estaba en el lugar correcto, en la hora correcta y en el momento exacto y entonces, pude relajarme. Hoy sé que eso tiene un nombre…”AUTOESTIMA”
Pensaba hoy en la búsqueda de la perfección y la autoexigencia, y en cómo esas actitudes esconden, tras una apariencia de eficacia y calidad, una permanente insatisfacción derivada de la falta de aceptación de uno mismo.
No soy académico aunque me gusta la ciencia. Mi acceso al conocimiento es una extraña mezcla de experiencia, reflexión y lecturas. Me he dedicado a la psicoterapia y, por ello, a todo lo que puede sernos útil para cambiar. Desde ahí planteo una pregunta trampa puesto que confieso que mi respuesta es que sí, que la inteligencia necesariamente nos encamina hacia la positividad.
Lo bueno de la inteligencia emocional es que se puede aprender y adquirir, por lo que, si no somos felices, podemos propiciar el cambio hacia mejor con nuestros propios medios
La inteligencia emocional es la mejor estrategia para mejorar nuestra calidad de vida. Puesto que todos pasamos por momentos de gran complejidad personal, nada mejor que alzarnos como hábiles gestores en el mundo de las emociones.
Tal y como suele decirse, las emociones pueden llegar a ser nuestra mejor fortaleza o, por el contrario, nuestra mayor debilidad. Todo depende de cómo las usemos en nuestras realidades particulares.
Algo que debemos tener muy en cuenta es que dimensiones psicológicas como la tristeza, el miedo o la rabia no son tan negativas como pensamos.
Son, al fin y al cabo, “toques de atención” que nos avisan de que hay algo que va mal. Son esa luz de alerta ante la cual hay que saber reaccionar, gestionar y transformar sin permitir que nos dominen por completo.
Hoy en nuestro espacio queremos darte adecuadas pautas y estrategias para que te vistas con esa armadura dorada y eficaz con la que enfrentar esos momentos de oscuridad personal.
Cuando nuestros abuelos eran pequeños, tenían solo un abrigo para el invierno. ¡Solo uno! En aquella época de vacas flacas, incluso tener un abrigo se consideraba un lujo. Por eso, los niños lo cuidaban como un bien precioso. En aquellos tiempos se solía tener lo mínimo indispensable. Y los niños eran conscientes del valor y la importancia de sus cosas.